Al mirar fotografías del interior de cualquier casa, solemos vemos grandes dormitorios iluminadas por grandes ventanas y luz natural del exterior. Vemos acogedoras salas de estar, exuberantes terrazas y cocinas con equipos de alta gama y refinadas terminaciones. Pero lo que no vemos es que detrás de estas elegantes paredes hay pequeñas habitaciones descuidadas sin ventilación adecuada ni espacio para moverse, dedicadas a quienes atienden a toda la casa: los empleados domésticos.
La dispar configuración espacial y el trato colonial a sirvientes y trabajadores domésticos extranjeros no son nuevas, sino que existen desde mucho antes del surgimiento de las actuales ciudades densificadas y los microapartamentos. Una buena parte de quienes están en condiciones de contratar trabajadores domésticos creen que estos necesitan y merecen menos espacio para residir que ellos mismos, no solo en cantidad de metros cuadrados, sino también en términos de calidad de vida.
Como ocurre con gran parte de la historia de la arquitectura, no contamos con fotografías o planos de construcción lo suficientemente claros como para conocer las reales condiciones de vida de los trabajadores domésticos. Sin embargo, las películas y las series de televisión sí han explorado ese mundo y su relación con el espacio en el que viven y trabajan. A menudo los vemos subir y bajar escaleras ocultas que conducen a cocinas, despensas y establos, pero rara vez tenemos acceso a cómo se veían sus habitaciones y dónde estaban ubicadas con respecto al resto de las habitaciones e instalaciones (a menos que la historia gire en torno a estos trabajadores específicamente).
Durante el siglo XIX, las mansiones y palacios europeos contaron en sus sótanos un piso completo destinado a habitaciones y servicios, lejos de la vista de los residentes y sus visitantes. Los dormitorios estaban debajo de escaleras privadas destinadas exclusivamente para empleados domésticos, quienes no podían usar la escalera principal de la casa.
Por otra parte, dado que se esperaba que las criadas trabajaran de manera invisible, sus habitaciones a menudo estaban completamente aisladas y separadas de las principales áreas residenciales. También tenían su propia entrada a la casa, a menudo a través de una pequeña puerta subterránea si se trataba de una una casa adosada, o bien, a través de una puerta trasera privada en el patio si era una casa de campo.
Además de sus dormitorios, los cuartos de servicio incluían un salón de servicio, una sala común donde el personal comía, se reunía y realizaba pequeñas tareas diarias, que incluían una mesa larga e iluminación natural de tragaluces o ventanas elevadas.
Los edificios residenciales de mediados del siglo XIX en Francia contaron con habitaciones para las criadas en las buhardillas, llamados literalmente Chambres de Bonne ("Cuarta de la criada" en español). Sin baños y con una entrada independiente de los residentes, estas habitaciones tenían 7 metros cuadrados, una superficie que hoy sería considerada ilegal en cualquier sentido. Actualmente, las chambres de bonne se alquilan como habitaciones de bajo presupuesto para turistas de todo el mundo.
Durante la década de 1950, en Sudáfrica la población negra de clase baja atravesó una serie de crises —escasez de oferta habitacional, pobreza y hambre— que obligó a miles de mujeres a trabajar como amas de casa y cuidadoras en familias de clase media. Estas trabajadoras residían en un espacio llamado backroom ("habitación posterior"): una pequeña unidad de 2,5 metros de largo por 3 metros de ancho, ubicada en el patio trasero de la casa junto a otras instalaciones de servicio. Las habitaciones eran construidas con pisos de ladrillo y concreto y no tenían techo ni electricidad. Se cree que los backrooms se emplazaban detrás de árboles y arbustos en el patio para evitar su presencia física o visual.
Cuando se trataban de zonas de alta densidad, las trabajadoras domésticas residían en sótanos o en los techos. Las habitaciones se construyeron en un diseño similar a un pasillo y solo tenían suficiente espacio para una cama y un armario, lo que obligaba a las trabajadoras a compartir el baño.
En el caso de las habitaciones ubicadas en el techo, a las trabajadoras no se les permitía usar el ascensor, por lo que accedían a sus habitaciones a través de entradas separadas y escaleras externas. Al igual que en los backrooms, estas unidades tampoco tenían techo, lo que dificultaba que los trabajadores durmieran por la noche debido a las fuentes de luz externas de la calle, los edificios vecinos o la luz de la luna.
En la actualidad, las sociedades están más conscientes de la injusticia social. Sin embargo, las condiciones de vida de los trabajadores domésticos extranjeros han experimentado un declive sin precedentes en diversas zonas del mundo, siendo privados de derechos humanos básicos. En lugar de un dormitorio privado, algunos trabajadores domésticos ahora duermen en colchones o camas plegables en lavanderías, áreas de almacenamiento o vestidores. Muchos justifican esta configuración como resultado de ciudades congestionadas y caras en viviendas más pequeñas.
Una encuesta realizada por la Organización Humanitaria para la Economía de la Migración (HOME, por su sigla en inglés) mostró que el 59% de los trabajadores domésticos internos no tenían privacidad alguna. El 20% de las personas encuestadas tenía cámaras de vigilancia instaladas en las habitaciones y el 34% no tenía acceso a estantes privados. En algunos países del este y suedeste asiático se han reportado trabajadores domésticos viviendo forzosamente en baños, armarios e incluso en balcones. Aunque inicialmente su contrato de trabajo establecía que se les proporcionaría un alojamiento adecuado a su llegada, rara vez era así. La ONG Mission for Migrant Workers (MFMW) ha levantado la voz sobre las condiciones de vida de los trabajadores domésticos en Asia, destacando la importancia de prontas reformas en leyes laborales internacionales.
Las mismas condiciones de vida se encuentran en países de Medio Oriente, donde se considera normal que un hogar de clase media a alta tenga un trabajador doméstico interno. Los trabajadores empleados en un apartamento reciben, si tienen suerte, un pequeño dormitorio privado que no supera los 10 metros cuadrados (algunas criadas tienen un dormitorio de 5 metros cuadrados). A estas habitaciones siempre se accede a través de la cocina, lejos del resto de dormitorios y baños. En los casos en que la trabajadora no tenga un dormitorio privado, duerme en un colchón en la cocina, la sala de estar o comparte un dormitorio con el hijo más pequeño de la casa.
Si bien en varios países del mundo se ha sensibilizado sobre las condiciones de vida discriminatorias de los trabajadores domésticos internos, todavía no se han promulgado leyes definitivas. El problema podría estar en el diseño arquitectónico inicial de las casas, la mentalidad de quienes contratan o la comprensión de las normas culturales. ¿Existe realmente la necesidad de un trabajador doméstico interno si la casa no está equipada para proporcionarle condiciones de vida adecuadas? ¿Se trata de una "arquitectura racial" o de una perspectiva despectiva sobre el tipo de trabajo en sí? ¿Están quienes contratan dispuestos a dedicar un espacio de la casa y transformarlo en un dormitorio y baño privados totalmente equipados o esperan que arquitectas y arquitectos lo haga por ellos en el momento del diseño?
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